Isabel tiene tres hijos y uno de ellos es Jorge, que tiene 14 años, está en la ESO y tiene necesidades de apoyo educativo por su dislexia y déficit de atención. Su marido acude diariamente a su trabajo porque desempeña una actividad esencial, mientras que ella teletrabaja y “eso me permite estar con ellos en casa, pero no atenderlos”.
El despertador suena en el cuarto de Jorge. Desayuna y, después, se sienta a hacer las tareas del colegio. Algunas son atrasadas y otras devueltas, porque no están bien hechas; pero otras muchas ya pertenecen al tercer trimestre y las tendrá que entregar la semana próxima. “Noto en mi hijo su cara de angustia y siento un nudo en el estómago. No puedo ayudarle porque no sé Inglés, y tampoco estoy suelta en Matemáticas, Física y Química o Tecnología. Aun así, por las tardes, cuando finaliza mi jornada laboral, echamos mano de tutoriales de YouTube o buscamos respuestas en Google”, dice Isabel, su madre.